A lo largo de la publicación de los principios del decálogo, y siguiendo la guía que ofrece la Laudato Si', hemos tratado de reflexionar sobre las realidades de deterioro ambiental y social que palpamos; y sobre los caminos de corrección que se nos ofrecen desde nuestra humanidad.
Pero no nos servirán de nada estas consideraciones y propósitos si no reconocemos la raíz humana de la crisis ecológica. «Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y contradice la realidad hasta dañarla» (LS 101).
Superar el paradigma tecnocrático significa recuperar o encontrar el valor del ser humano en sí mismo como persona. Un valor que no está basado en el tener, en la ciencia, en la técnica o el poder; sino en el ser.
Es posible ampliar la mirada y orientar la técnica al servicio de otro tipo de progreso, más sostenible e integral. De este modo, cuando la técnica se vuelve hacia los problemas concretos de las personas más necesitadas, con el compromiso de ayudarlas a vivir con más dignidad y menos sufrimiento, colocamos la técnica al servicio de los seres humanos y su entorno.
Reconocer y asumir que lo esencial del ser humano es ajeno a él, es un don que le ha sido dado: su consciencia, su inteligencia, sus capacidades (innatas o adquiridas), su dependencia, su capacidad de ser solidario, de compartir, de darse a las demás personas, lo que, en definitiva, le hace posible vivir; todo es don y como tal no le pertenece. El mandato y la necesidad de compartir no se refieren solo a cosas materiales sino también, y quizás, sobre todo, a nuestras capacidades y a lo que podemos obtener a través de ellas, en clara ventaja sobre nuestros hermanos y hermanas, que no han podido o sabido desarrollarlas.